Hace un año bautizamos a nuestra hija Fátima del Rosario en la fiesta de nuestra Señora del perpetuo socorro, en medio de un contexto dramático de pandemia. Doy gracias a Dios y la Santísima Virgen de Nazareth de quien todo suyo soy y a quien todo lo que tengo le pertenece.
Un día alguien me pregunto por qué bautizar a un niño pequeño que aún no tiene uso de razón; ¿no sería mejor bautizarlo de adulto?
Pues bien, lo que enseña nuestra santa Madre Iglesia a través del catecismo es lo siguiente:
1250 Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (cf DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios (cf Col 1,12-14), a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (cf CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1).
1251 Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado (cf LG 11; 41; GS 48; CIC can. 868).
1252 La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando “casas” enteras recibieron el Bautismo (cf Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también a los niños (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Pastoralis actio 4: AAS 72 [1980] 1139)
Y frente a lo expuesto, junto con mi esposa, como padres, tenemos la obligación de darle lo mejor a nuestros hijos. Y por nuestra fe, creemos y profesamos que no hay nada mejor ni mayor que Dios para ellos, que como padres le podamos dar. Los hijos son un don de Dios (Salmo 127,3). Más que nuestros, le pertenecen a Dios. Toda vida, la existencia de cada ser humano, le pertenece a Dios.
«Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes.»
2 Macabeos 7,22-23.
¿Cómo negarle a nuestros hijos el don de Dios? ¿Cómo negarle a Dios el don de nuestros hijos? ¿Cómo negarle a nuestros hijos que Dios habite en su alma? ¿Cómo negarles a nuestros hijos ser hijos de Dios?
«Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.»
Mateo 19,13-14.
Los padres somos los catequistas de nuestros hijos. Somos responsables de que ellos conozcan, amen, adoren y sirvan a Dios. El hijo debe ver a su padres orar, leer las Escrituras, participar santamente en la Sagrada Eucaristía. Un hijo de ver a sus padres en relación personal con Dios y la Santísima Virgen María. Y después de ello, los hijos deben escuchar de los padres, de sus labios, de manera explícita, la fe en Jesucristo.
Mi esposa y yo, como padres, somos los intercesores de nuestros hijos, los que les enseñan a orar, los que los introducen en la piedad y educan en el santo temor de Dios. Estamos conscientes que en el día de nuestro juicio seremos juzgados por ello con gran rigor. (Mateo 10,33)
Hay muchos padres que piensan que dar de comer, vestir, educación y salud a los hijos, es eso suficiente, y que en ello consiste el ámbito de su labor. A los hijos ha que educarle las emociones, hay que formarles el corazón para amar y no se puede enseñar a amar a un hijo prescindiendo de Dios.
«Quién no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor».
1 Juan 4,8.
Como un día le dije a mi hijo Jacob: habrán muchas cosas que no te podamos dar como padres, pero te damos la más valioso de nosotros, nuestra fe en Jesucristo el Hijo bendito de la Virgen de Nazareth.
Hoy con gozo y con alegría recordamos el día en que bautizamos a nuestra niña. Damos gracias a Dios por su vida y por la vida divina que habita ella.
Para mi esposa y para mí, es un signo profético, el que Dios haya permitido que en esta fiesta bauticemos a nuestra niña.
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Mateo 28,19.