Hace unos días, conversaba con una persona que, lamentablemente, está atravesando por momentos muy difíciles. Una crisis conyugal, a sus quince años de casada, con tres hijos de por medio, la está amenazando con la terrible posibilidad del divorcio. Como ella misma dice: “parece que por más que ore las cosas no van a cambiar”.
Frente a esto, hay un agravante más a considerar: el matrimonio de sus padres no funcionó. Por lo cual ella, por alguna razón, asume que el suyo correrá con la misma suerte que el de sus padres. En el fondo ella se ve, pienso yo, como si estuviera predestinada a fracasar.
La situación de esta mujer, sirve para graficar el estado de muchos en la Iglesia de Cristo, que viven resignados a que todo lo malo les pase sin poder evitarlo. Estas personas suelen tener estas frases: mi marido no va a cambiar, mis padres no van a cambiar, yo no voy a cambiar, la situación difícil por la que estoy pasando no va a cambiar. Estas personas suelen pensar que correrán la misma suerte de su padre o de su madre, la misma desgracia que a ellos le aconteció: si ellos se enfermaron, si a ellos les fue mal en algo, asumen que lo mismo les va a suceder. Es como si se dispusieran para el choque con el acontecimiento inminente de la fatalidad que está por venir a sus vidas: todos los años en esta época me resfrió, mejor no salgo porque me van a robar como a la vecina, para que estudiar esa carrera si no hay campo de trabajo.
La cuestión es: ¿por qué nos tiene que suceder la misma suerte que a otros? Si a otros, ya sean parientes o amigos, les ha ido mal en algo: ¿Por qué a nosotros nos tendría que pasar lo mismo que a ellos frente a una situación similar?
Mi madre siempre me solía decir: cuando quedé embarazada de ti me dio diabetes, entonces a ti también te dará diabetes tarde o temprano. Mi querida madre, año tras año me lo solía repetir: no comas dulces, me decía, porque estoy segura que vas a tener como yo, diabetes.
De alguna manera estas palabras, menguan nuestra expectativa de vida y nos llevan a vivir resignados a que lo malo nos tenga sí o sí que suceder, sencillamente porque les sucedió a otros. Porque si de algo tengo miedo, me acaece, y me sucede lo que temo. (Job 3,25)
¿Qué significa vivir resignado? Significa vivir conformándose con la desgracia padecida o por venir, renunciando a la esperanza de que las cosas pueden y efectivamente cambien. La persona que vive resignada vive sin esperanza. Y eso significa que aunque somos gente de fe, porque creemos en Dios y realizamos prácticas y actos de fe y religiosos, somos, a la misma vez, gente que vive sin esperanza.
Por un lado, la fe es la virtud teologal por la cual creo y le creo al Dios que existe y se me ha revelado, tratando de responder y adherirme a Él a través de mis actos por la fe. Sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. (Hebreos 11,6)
Y al decir que es una virtud teologal, (tanto la fe como la esperanza y la caridad) significa que es una gracia, un don que Dios nos da según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual. (Romanos 12,3) La fe entonces, proviene de Él y Él, la infunde en las potencias de nuestra alma. Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mateo 16,17)
Por otro lado, tenemos también, la virtud teologal de la esperanza, la cual nos lleva a esperar la vida futura, la vida eterna. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! (1 Corintios 15,19)
Y no solo esto, la esperanza como virtud teologal nos lleva a esperar la plena felicidad, la dicha con Dios en Cristo. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Juan (SBJ) 10,10)
Dicha en la vida presente, la vida que hoy vivimos. Que bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros – oráculo de Yahveh – pensamientos de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza. (Jeremías 29,11)
La esperanza nos lleva a anhelar la felicidad, el bien posible y realizable de una vida buena. Por ella, se posibilitan las circunstancias para que se cumplan las promesas dadas por Dios sobre nosotros, ya que por la fe, creo en la promesa y por la esperanza esa promesa en la que he creído, llega a su cumplimiento. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa. (Hebreos 10,23)
Mientras la fe nos ayuda a creer en la promesa, la esperanza provoca que la promesa se cumpla. No es Dios un hombre, para mentir, ni hijo de hombre, para volverse atrás. ¿Es que él dice y no hace, habla y no lo mantiene? (Número 23,19)
La esperanza es la firme confianza, la convicción interior, provocada por el Espíritu Santo, en el alma, que nos lleva a creer que en nosotros se va a cumplir aquello que Dios prometió. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! (Lucas 1,45)
La esperanza es la que nos mantiene firmes en medio de las tribulaciones. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla. (Romanos 5,3-5)
Y es por eso que nunca debemos perder la esperanza. Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación. (1 Tesalonicenses 5,8)
Piense en esto: no tiene por qué sucedernos lo que a otros, ya sean familiares o amigos, les ha sucedido. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. (Romanos (SBJ) 8,37) No tiene por qué darnos las mismas enfermedades que les dio a nuestros antepasados. El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. (2 Corintios 5,17)
Si bien es cierto hay una posibilidad de que nos suceda aquello a lo que más tememos, también es cierto que hay la posibilidad a favor de que no nos suceda. Nuestra vida no está determina, usted la determina con sus acciones y decisiones. Y permítame darle una sencilla razón para creer de que todo lo malo no le va a suceder: Cristo nos rescató de la maldición. (Gálatas 3,13)
Usted decide en lo que quiere hoy creer y es esa decisión la que va a marcar la diferencia. El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo. (Romanos 15,12)
Y por cierto: tengo 38 años y no tengo ninguna enfermedad genética de mi padre o de mi madre. Y a mi vida no le ha acontecido las mismas desgracias que a los míos les sucedió. Porque entre ellos y yo hay una variable que ha hecho que todo cambie, que los resultados negativos que se esperaban sobre mí, no se den: Jesucristo. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo. (Juan 10,9)
Viva con esperanza y si le falta esperanza para vivir, pídala.
IsraeldeCristo