Como enseña nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el diablo es un homicida desde el principio (Juan 8,44). Desde el comienzo de la revelación de Dios en las Sagradas Escrituras, aparece, movido por la envidia (Sabiduría 2,24), la serpiente antigua (Apocalipsis 12,9), oponiéndose y obstaculizando, la relación que Dios quiere tener con el hombre ( Génesis 3).
Seduciéndolo a la desobediencia y la rebelión contra el Creador; rompe y mata a través del pecado, la comunión de Dios con el hombre. Y ante esta tragedia, el Creador de toda criatura, no se queda en la impotencia de no hacer nada, Dios no abandona al hombre rebelde y le da una esperanza de salvación. Un Hijo del linaje de la mujer te pisará la cabeza. (Génesis 3,15)
A través de los siglos, la historia del pueblo elegido, nos muestra nuestra propia historia, el drama de la desobediencia humana. Una historia en donde el hombre sigue viviendo sin escuchar la voz de Dios. Una historia en donde el Dios de la misericordia, no se queda sumido en la impotencia, ni abandona al hombre en su equívoco, ni en su tragedia; le envía a sus profetas para que oyendo su voz vuelvan a Él de todo corazón. (Jeremías 29,13). Ya en la plenitud de los tiempos (Hebreos 1,1) nos envía a su Unigénito, Jesús. (Juan 3,16-17). Nacido de mujer (Gálatas 4,4).
La existencia de Jesús se vió amenazada desde un comienzo. (Mateo 2,16). La ofensiva de satanás contra Jesucristo es una evidencia patente del bien que Dios en Cristo quiere hacer al hombre. La victoria de Jesús en el desierto (Mateo 4,1-11). Los exorcismos, las curaciones y la predicación de Jesús, instauran el Reino de Dios entre nosotros, lo que implica el derrocamiento del reino de las tinieblas (Mateo 12,27-28), el fin de aquella seudo libertad de la que gozaba el diablo para saciar su odio y su maldad infringiendo daño sobre los hombres. (Mateo 8,29).
Satanás, en su desesperación, movilizó a los adversarios contra Jesús, (Hechos 4,27) que matarle (Juan 7,1). Y también movilizará a los del entorno más íntimo de Jesús, a sus apóstoles. Judas lo traiciona. (Juan 13,1-30). Pedro lo niega. (Lucas 21,31-34. 47-62) Los demás, excepto Juan, lo abandonan. (Juan 6,60-71). Es así que Jesús es llevado a la cruz, traicionado, negado, abandonado. Hombre sufriente, varón de dolores, despreciado, vejado y humillado, tratado como la basura de los hombres. (Isaías 53,1-12). Esta es la hora del diablo, la hora del poder de las tinieblas, la hora más oscura de la humanidad. (Lucas 22,53).
Jesús es clavado y ultrajado en la cruz. En cada humillación que lanza contra el Hijo de Dios, saborea su pírrica y muy corta victoria. (Mateo 27,39-46). En una de sus últimas palabras, Jesús ora con el espíritu del salmista (Salmo 22). “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Todos los demonios del infierno debían estar celebrando, ese momento. La muerte de Jesús supone la victoria del diablo.
Pero he aquí que los planes de Dios, que están por encima de todo se manifiestan. (Isaías 55,8-9). Dios realiza algo impensado, inimaginable, algo que el ojo no vió, ni la mente llegó a entender sobre aquello que Dios había preparado para los que ama. (1 Corintios 2,9).
Jesús no fue ciegamente a un destino azaroso, que él desconocía. (Marcos 14,36). Todo lo que sucedió se pasó, según el conocimiento previo de la sabiduría Divina (Hechos 4,28). El diablo, torpe, ciego, incapaz de conocer el futuro, ni los planes, ni los secretos de Dios. Nunca supuso que Dios había previsto que todo eso sucediera para salvar así al hombre. (Romanos 8,28). Sin saberlo, el diablo, se dispuso con todo su odio, envidia y toda su maldad, a ejecutar, inconscientemente, ciegamente el plan sapientísimo de Dios.
Es ahora que el príncipe de este mundo es juzgado. (Juan 16,11). Que desesperación tan ardiente debió experimentar el diablo y todos los demonios, al ver al Hijo de Dios, Jesucristo, descender a los infiernos (Efesios 4,9-10) para predicar ahí la Buena Nueva. (1 Pedro 3,18-19). Y es que hasta los muertos se les tenía que predicar la palabra de gracia y salvación. (1 Pedro 4,6). Es en ese momento que las puertas del paraíso cerradas para los justos, (Génesis 3,3,24) son abiertas por el Justo, por el Santo de los Santos, Jesucristo.
En la cruz se hizo maldición para rescatar a todos de la maldición. (Gálatas 3,13). Pagó la deuda de los hombres. (1 Pedro 1,18-19). Y ya que el pago por el pecado es la muerte (Romanos 6,23). El Señor de la vida (Juan 10,10) con su aniquiló al señor de la muerte, al diablo y le quitó todo el poder que tenía. (Hebreos 2,14-15). Le quitó las llaves de la muerte y del Hades. (Apocalipsis 1,18). Por eso su victoria pírrica, ridícula, no le duró nada, es más se hundió en una desesperación mayor; ¿Diablo, dónde está ahora tu victoria? (1 Corintios 15,55).
La rabia del diablo es ahora mayor, porque a través de la Redención, el hombre ha sido elevado a una gloria mayor. (Romanos 8,14-17). Satanás mientras trabajaba y llevaba un cumplimiento la muerte de Jesucristo, no se daba mínimamente cuenta de la asombrosa Redención en favor del hombre que inconscientemente, estaba llevando a cabo. Su odio lo cegó, su envidia y su soberbia lo envaneció. Ha sido vencido, derribado, derrotado por Jesucristo el Señor. (Juan 12,31).
Y resucitó, el Padre por un breve lapso de tiempo lo dejó en el sepulcro. (Juan 20,1-30). Dios no lo abandonó. Y subió a la diestra del Padre para interceder por cada uno de nosotros (1 Pedro 3,22) y algún día volverá en gloria y en majestad. (Hechos 1,11).
¡A Él, la gloria, la honra y el honor!
«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre ». Filipenses 2,5-11.
Israel de Cristo
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