Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.” En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

Lucas 18,9-14.

 

Un día alguien me pregunto: ¿por que es necesario orar tanto? A lo que le conteste: porque el Señor lo mando. (Mateo 26,41 «Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.») Porque el apóstol lo recomendó. (1 Tesalonicenses 5,17 Orad constantemente).

 

Y porque la experiencia me ha enseñado que quien no ora, tiende a ser soberbio, orgulloso y vanidoso. Quien no ora, no es consciente de su pequeñez, ni de la grandeza de Dios. (Lucas 1,48 porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava). Quien no ora, cree que todo lo que ha alcanzado, lo alcanzó por sus propios medios y habilidades. Quien no ora se ve y se cree capaz, digno, fuerte y valiente, se cree que todo lo puede. Quien no ora vive ciego, no puede ver, ni conocer su propia fragilidad, ni la miseria de su alma.

 

Es un alma sin luz interior, sin revelación, sin humildad, ni sencillez. Porque así como el alma orante, se vuelve por la gracia que la ilumina, más consciente de su fragilidad, de su necesidad y de su profunda dependencia de Dios. El alma del que no ora se vuelve arrogante, ignorante de su miseria y propias limitaciones, pues caída en desgracia por sus pecados no ver, ni de oír ni degustar la presencia de Dios.

 

El alma del no orante se mira mucho así misma, más que a Dios y de ahí le viene su desesperanza y sufrimiento porque el alma orante mira al cielo de donde le proviene su auxilio y se siente esperanzada.

 

El alma orante tiene fe para dirigirse al que no ve. (Hebreos 11,6 Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan). Crece en el conocimiento del misterio de Dios en el constante diálogo orante y amante con la Trinidad. (Lucas 10,21 En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito).

 

El alma orante progresa en el camino de la perfección porque comprende que más se alcanza dejándose alcanzar. (Juan 15,5 Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada). Más se logra con humildad y de rodillas que de pie y con autosuficiencia. El alma del no orante se queda atrapada en lo terrenal, en lo temporal, en lo pasajero, en las criaturas y es por ello que tiende mucho a sufrir no pequeñas preocupaciones. (Colosenses 3,2 Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra).

 

En alma no orante llora mucho porque se siente a veces pérdida, sola, vacía y desconsolada. Siente que algo le falta y aunque se dice así misma: me falta Dios, cae en el engaño del diablo y en sus propias excusas que le llevan a creer que sin orar se está bien, que no tiene tiempo para este oficio. Terrible su mal, terrible su condición, terrible su elección.

 

En cambio el alma del orante vive en el consuelo de Dios, mora alegre en la llaga de su corazón, se siente sostenida por la mirada de aquel a quien mira y se sabe profundamente amada por aquel que le llamó a una existencia hermosa. El alma orante responde al Dios que le llama a la oración y el alma no orante sigue aún sorda, muda y torpe. Quieres ser humilde, ora. Quieres ser fuerte, ora. Quieres ser santo, ora. Quieres no sentirte vacío, ora. Quieres sentirte por Dios amado, ora.