Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del Sumo Sacerdote; Pedro le iba siguiendo de lejos. Habían encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: « Este también estaba con él. » Pero él lo negó: « ¡Mujer, no le conozco! » Poco después, otro, viéndole, dijo: « Tú también eres uno de ellos. » Pedro dijo: « Hombre, no lo soy! » Pasada como una hora, otro aseguraba: « Cierto que éste también estaba con él, pues además es galileo. » Le dijo Pedro: « ¡Hombre, no sé de qué hablas! » Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: « Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces. » Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente. (Lucas 22 54-62)

Quisiera empezar esta reflexión haciéndole dos preguntas, que quisiera que se las tome muy en serio por favor: ¿Quién es Jesús para usted? Y ¿Qué significa para usted creer en Jesús? ¿Y esto por qué?, pues, de ordinario todos decimos tener fe, pero: ¿Cómo saber realmente si aquello que afirmamos es verdad? ¿Cómo saber ciertamente, si aquello que profesamos sentir es cierto o no?

Un día me tocó hacer una reflexión con unos frailes y sacerdotes sobre esta cuestión. Les plantee la misma pregunta. Considerando la formación que ellos tenían, les solicite que la respuesta no saliera de la formación teológica que tenían, sino me hablaran desde la experiencia personal. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.  (Hechos 4,20)

Pues nuestra boca puede decir palabras que no se siente en el corazón. Y es que podemos decir libremente, por pura emoción que Jesús es nuestro Señor, pero sino vivimos sometidos a Él, ¿Señor de que sería? Podemos decir que es nuestro salvador, sin embargo aún las ataduras del pecado ejercen su influencia porque no queremos en el fondo ser liberados. Decimos que es nuestro amigo, pero a veces solo le buscamos cuando tenemos problemas. Podemos decir que es nuestro todo, pero vivimos desesperados y angustiados por todo menos por Él. Y esto, porque a veces simplemente creemos por costumbre. No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen.  (Mateo 23,3)

Le decía a estos hermanos, que en los años que estudie teología en la universidad, pude ser testigo de muchos que dejaron no solamente la carrera, sino también la práctica de la fe. Lamentablemente muchos de los que se van de un seminario, pierden el hábito de orar entre otras cosas. Un fraile que conocí, no solo dejó el convento, sino que dejó también embaraza a una chica y no solo eso, nunca formalizó su situación y ahora simplemente convive con ella. La pregunta es: ¿Qué paso con su fe? o ¿solamente creían y eran religiosos mientras estaban bajo la mirada de otros? La respuesta es sencilla, su fe y sus prácticas religiosas eran simplemente una costumbre aprendida en el convento. Hay entre vosotros algunos que no creen.  (Juan 6,64)

Les decía al respecto, que si no tenemos bien en claro quién es Jesús, simplemente nuestra fe se irá diluyendo en la corriente del mundo y estaremos siempre con el corazón abierto a la posibilidad de dejarlo a Él y volver atrás. Y a la primera crisis que tengamos, nos vengamos a bajo.  Aquí no hablamos de un conocimiento intelectual sino de una experiencia sobrenatural que transforma la vida y la define en un antes y en un después de Él. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el poder de su resurrección  (Filipenses 3,8-10)

Traslademos esto a nuestra realidad como laicos, ¿cuántos vamos a misa porque sentimos que estamos obligados a ir por el precepto de la iglesia? ¿Cuántos realizamos prácticas religiosas porque tenemos que hacerlas o porque esperamos recibir algún beneficio de las mismas? Es decir, vemos todo ello como un fin en sí mismo y no como un medio para encontrarnos con Dios. Eso es costumbre.

Un día un joven me preguntó: ¿por qué tenía que orar una hora diaria? Yo le dije que no tenía que hacerlo sino quería, le expliqué que la oración supone un deseo de querer encontrarse con Dios, más que una obligación. Una señora me preguntó: que si ella iba a misa todos los domingos, ¿tenía que también ir entre semana? Con Dios no hay que cumplir le dije, a Dios se le ama en libertad. Estos casos sirven para graficar esta cuestión: a veces simplemente hacemos las cosas porque si, por costumbre.

¿Por qué usted va a misa? ¿Por qué usted ora? ¿Por qué va su comunidad o grupo de oración? ¿Por qué cree en Jesús? Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: « ¿Qué buscáis? »  (Juan 1,37-38)

Hay un texto de San pablo a los Corintios que nos da luces al respecto: Examinaos vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos.  (2 Corintios 13,5)  La fe que decimos tener en Jesús de ser probada, lo que significa que debe ser sometida a una evaluación para así verificar, para constatar, para comprobar si es que es auténtica o no, si es que en verdad creemos en Él o no, o es pura emoción lo nuestro o es una fe movida solamente por las circunstancias, por la necesidad o por el interés. Jesús les respondió: « En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.  (Juan 6, 26-27)

Veamos otro texto, fíjese en este: Considerad como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento; pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas para que seáis perfectos e íntegros  (Santiago 1,2-4)

En este texto Santiago, se nos habla de la calidad probada de nuestra fe. Cuan hablamos de la calidad de algo, estamos refiriéndonos a las cualidades que constituyen la manera de ser de una persona o cosa. Por lo cual, al hablar de la calidad probada de nuestra fe, estamos hablando de probar la autenticidad de la misma.

De todo lo expresado hasta aquí podemos decir tres cosas:

En primer lugar: nuestra fe debe ser probada para verificar su calidad. Esto es, si es conforme a la verdad o no. Si es una fe firme y estable o una fe emocional e inestable.

En segundo lugar: la prueba es la oportunidad que tenemos de dar testimonio de la veracidad, de la autenticidad de nuestra fe.

Y en tercer lugar: la prueba es un llamado a la conversión, a la perfección en nuestro seguimiento a Jesucristo. 

Pues bien, volvamos al texto de Lucas de donde hemos partido. Fíjese, el mismo Señor, quien le preguntó a los discípulos: « Y vosotros ¿quién decís que soy yo? » (Mateo 16,15) Escucha a Pedro, movido por el Espíritu Santo, responder: « Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. »  (Mateo 16,16) Es ese mismo Señor quien le dirá: « ¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca.  (Lucas 22,31-32)  

La fe que Pedro tenía en Jesús debía ser probada: tu fe no desfallezca. Desfallecer significa: perder total o parcialmente la fuerza, la energía o el ánimo. Lo que significa que el Señor ha rogando por Pedro, para que en el momento de la prueba su fe, no se debilite, no pierda fuerza, no se venga abajo: yo he rogado por ti.

La reacción de Pedro ante las palabras de Jesús: « Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte. »  (Lucas 22,33) Nos muestran a un hombre como nosotros, que se siente totalmente seguro de sí mismo, de lo que dice sentir por Jesús. Nos muestran el orgullo humano y la confianza que el hombre tiene sobre sí mismo y no sobre Dios. Nos muestran, la falta de conocimiento de nuestra propia debilidad. Pedro no se daba cuenta de lo que decía, eran palabras que brotaban de un corazón entusiasmado, aún inmaduro. Palabras que luego se daría cuenta que estaban faltas de contenido. Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces.  (Lucas 22,34) 

¿Cuántos nos sentimos así como Pedro, seguros de nuestra fe? Y todo porque vamos a misa o porque rezamos o porque vamos a un a comunidad o porque brindamos algún servicio dentro de la Iglesia o porque tenemos un cargo o porque tenemos años en el camino. Seguridad en nuestros logros, en nuestro esfuerzo, en nuestras obras, en lo que hemos alcanzado tener. Al fin y al cabo seguridad en nosotros mismos y no en Dios. Así dice Yahveh: Maldito sea aquel que fía en hombre, y hace de la carne su apoyo, y de Yahveh se aparta en su corazón. Pues es como el tamarisco en la Araba, y no verá el bien cuando viniere. Vive en los sitios quemados del desierto, en saladar inhabitable. Bendito sea aquel que fía en Yahveh, pues no defraudará Yahveh su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua, que a la orilla de la corriente echa sus raíces. No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto.  (Jeremías 17,5-8)

Versículos más adelante del texto lucano leemos: una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: « Este también estaba con él. » Pero él lo negó: « ¡Mujer, no le conozco! »  (Lucas 22,56-57)

¿Por qué Pedro niega conocer a Jesús? Por miedo a correr la misma suerte. Por el miedo niega toda experiencia tenida y vivida con Jesús, hasta ese momento. Niega que fue testigo de una pesca milagrosa, niega la curación de su suegra, niega los milagros y exorcismos vistos, niega que caminó sobre las aguas, niega que dijo que Jesús era el Cristo el hijo de Dios vivo. Niega todo lo que ha visto, la multiplicación de panes, la resurrección de lázaro, la entrada triunfante de Jesús a Jerusalén, niega lo que vio en el monte tabor, niega cada palabra, cada acción de Jesús. No le conozco.

En la reacción de Pedro se ve reflejada nuestra propia reacción que ante una crisis nos desesperamos, nos entra el miedo y nos olvidamos quien es Jesús. Se nos olvidan todos los favores recibidos a lo largo de nuestra vida. Se nos olvida que para Él nada es imposible. Se nos olvida que si algún día obró portentosamente a favor de nosotros, lo volverá a hacer una y mil veces más. Se nos olvida todo lo caminado, todo lo vivido. Nos olvidamos en esos momentos de crisis de seguir creyendo en Él. Nunca que se olvide quien es Jesús en medio de sus problemas. No le conozco.

Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente. (Lucas 22,62) El amargo llanto de Pedro, es un llanto de frustración, de decepción, de amargura, de cólera de impotencia, un llanto que brota de un corazón que se acaba de ver en la verdad de no ser eso que se creía que se era, un buen creyente, un buen discípulo. Un llanto que brota no por Jesús, sino por él mismo: ¿Cómo le pude fallar? ¿Cómo le pude negar? ¿Cómo le pude traicionar? ¿Cómo le pude abandonar? En efecto, la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación.  (2 Corintios 7,10)

Pedro, ahora se ve reflejado en los ojos del maestro, ve lo que veía Jesús en él: yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Ve su debilidad, su fragilidad, ve y comprende que no era mejor que los otros, ve que es un hombre lleno de miedos, ve que es capaz de negar al que le había amado tanto, ve el poder de las tinieblas en él, ve que a pesar de todo lo vivido sigue siendo el mismo  pecador, se ve su orgullo, ve su falsa seguridad, ve su miseria, se ve y le da vergüenza verse, ve que sin la gracia de Dios está totalmente perdido, ve que Jesús tenía razón cuando le dijo que le iba a negar, se ve perdido, ve su miseria, se ve como le ve Jesucristo, se ve el alma llena de tinieblas y lo que más le duele es que aun así pecador como es, Jesús le ama. Pedro se ve como nunca se había visto, necesitado de la misericordia de Dios. Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia;  (Romanos 5,20)

Me parece importante citar en este momento un texto de san Pablo, en el cual cerca él del final de sus días, antes de ser ejecutado, le dice a uno de sus discípulos: He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe.  (2 Timoteo 4,7).

El énfasis, la fuerza en este versículo está en la conclusión del mismo: he conservado la fe. Es decir, a pesar de todo lo que ha tenido que vivir y superar como cristiano, Pablo está conforme por una sola cuestión: ha conservado la fe. Dicho de otra manera, no ha perdido su fe en Jesucristo. A pesar de las crisis, cárceles, azotes, hambre, necesidad, padecimientos…a pesar de todo, no ha perdido su fe en Cristo.

Conservar significa: mantener y cuidar una cosa para que no pierda sus características y propiedades con el paso del tiempo. Conservar significa también continuar teniendo una cosa en posesión.

Con esto hermano lo que quiero decirle es que dentro de todas las tragedias y dificultades por las que usted pueda pasar la mayor tragedia que le pueda acontecer es esta: QUE PIERDA LA FE EN JESÚS. ¿Lo ha pensado? ¿LE PREOCUPA?

El mismo Pedro más maduro en la fe nos dirá: hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca caeréis.  (2 Pedro 1,10) Esto significa que debemos trabajar en nuestra elección y decisión de querer seguir a Cristo, pues la fe no se trata de emociones sino de convicciones.

Por lo tanto, llamaremos prueba a toda situación o circunstancia contradictorio, adversa, difícil de asumir, que nos mueve, que nos golpea. A través de la cual somos tentados a renegar de Dios, a dejar de creer, a dudar de su llamado y de su obra sobre nosotros.

En la prueba nuestro adversario el diablo, va a tratar de hacernos claudicar, renunciar a nuestra fe en Jesucristo. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos.  (Marcos 4,15)

El diablo busca en esos momentos sembrar en nuestra mente pensamientos tales como: de nada sirve que perseveres, de nada sirve que ores, de nada sirve que vayas a misa o que trates de llevar una vida decente según el evangelio, va a tratar de hacernos ver que todo nuestro esfuerzo ha sido en vano y esto lo hace para que dejemos de creer en Jesús, para dejemos de seguirle.

Hay gente que asume que es Dios quien nos prueba o nos manda pruebas, pero si leemos con atención la carta de Santiago veremos que no es así: ninguno, cuando sea probado, diga: «Es Dios quien me prueba»; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie. Sino que cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. (Santiago 1,13-14)

Pues bien, el origen de la prueba no es Dios, sino la propia contingencia de nuestras vidas, lo que significa que la enfermedad, las crisis económicas, los problemas familiares, etc. Son propios de nuestra condición de personas. ¿Por qué entonces a esas situaciones adversas se le llaman pruebas? Porque cuando el hombre las enfrenta desde la fe, estas situaciones se transforman para bien nuestro, pues en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman.  (Romanos 8,28) Y en vez de ser un simple sufrimiento estéril, se vuelven en un sufrimiento redentor, en una circunstancia a través de la cual podemos sacar mucho provecho, en un medio que nos ayuda propiamente a nuestra conversión. ¡Feliz el hombre que soporta la prueba! Superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman. (Santiago 1,12)

Dios nos instruye, nos enseña a través de estas situaciones cosas que en otro momento no seríamos capaces de comprender o captar. Os dará el Señor pan de asedio y aguas de opresión, y después no será ya ocultado el que te enseña; con tus ojos verás al que te enseña, 21 y con tus oídos oirás detrás de ti estas palabras: « Ese es el camino, id por él », ya sea a la derecha, ya a la izquierda.  (Isaías 30,20-21)  Por eso lo permite, más que desearlo, Dios lo permite, como ya en otras reflexiones lo he comentado (por qué suceden las pruebas y no dejes que el diablo robe tu bendición).

A través de esas situaciones se ve lo que hay realmente en nuestro corazón. Yahveh vuestro Dios os pone a prueba para saber si verdaderamente amáis a Yahveh vuestro Dios con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma.  (Deuteronomio 13,4) Estas situaciones sacan hacia afuera lo que hay ciertamente dentro de nosotros, de tal forma que eso nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos y vernos según la verdad.

Muy pobremente soy, por elección del Señor, el superior de un proyecto misionero que está compuesto por diversas comunidades, y mi trabajo consiste principalmente, en ayudar a mis hermanos en su crecimiento espiritual, en su vida interior. Un día orando, el Buen Pastor, puso en mi corazón el deber prepararlos para el día de la prueba, para que no pierdan la fe: « Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.  (Mateo 7,24-27)

Por lo cual hice una sencilla reflexión sobre un texto clásico: Eclesiástico 2,1-18. En el cual se nos muestra cómo debemos reaccionar en medio de una Prueba.

Hijo, te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme, y no te aceleres en la hora de la adversidad. Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tus postrimerías. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el honor de la humillación. Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, para no caer. Los que teméis al Señor, confiaos a él, y no os faltará la recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes, contento eterno y misericordia. Mirad a las generaciones de antaño y ved:¿Quién se confió al Señor y quedó confundido?¿Quién perseveró en su temor y quedó abandonado?¿Quién le invocó y fue desatendido? Que el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en la hora de la tribulación. ¡Ay de los corazones flacos y las manos caídas, del pecador que va por senda doble! ¡Ay del corazón caído, que no tiene confianza! por eso no será protegido. ¡Ay de vosotros que perdisteis el aguante! ¿Qué vais a hacer cuando el Señor os visite? Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras, los que le aman guardan sus caminos. Los que temen al Señor buscan su agrado, los que le aman quedan llenos de su Ley. Los que temen al Señor tienen corazón dispuesto, y en su presencia se humillan. Caeremos en manos del Señor y no en manos de los hombres, pues como es su grandeza, tal su misericordia. (Eclesiástico (Sirácida) 2,1-18)

La clave de comprensión de este texto es el temor de Dios. De los 18 versículos que lo componen, 7 versículos están dedicados a esta cuestión, lo que resalta su importancia en la comprensión del texto

V7-10/15-17 El temor de Dios es uno de los dones del Espíritu Santo. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh.  (Isaías 11,2-3)

El cual nos inspira una honda reverencia a Dios que lleva al creyente a sentir un profundo temor de ofenderle. Este don nos ayuda a apartarnos del mal, aborreciendo todo aquello que sea desagradable a Dios. Nos lleva, también, a desear el bien, lo santo lo justo, por sobre todas las cosas. Deseando y buscando vivir de manera agradable ante los ojos de Dios. Obedeced en todo a vuestros amos de este mundo, no porque os vean, como quien busca agradar a los hombres; sino con sencillez de corazón, en el temor del Señor. Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.  (Colosenses 3,22-23)

Este don nos introduce en la sabiduría divina, en los misterios de Dios. Nos ayuda a entender los proyectos de Dios sobre nosotros. El temor de Yahveh es el principio de la ciencia; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción. (Proverbios 1,7)

El temor de Dios nos ayuda a trabajar en nuestra conversión y cuidar nuestra fe. Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación. (Filipenses 2,12)

El texto, sobre el temor de Dios, nos dice: los que temen al Señor aguarden su misericordia, confíen en Él, esperen bienes de Él, pues el que persevera en su temor no será abandonado. No desobedezcan sus palabras, busquen agradarle, tengan el corazón dispuesto. Podemos resumir todo esto con una sola expresión: vivir para Dios.

La pregunta es: ¿vivimos con temor de Dios? ¿Nos preocupa realmente ser agradables a Él? ¿no esforzamos realmente por llevar una vida digna delante de Él? Cierto es que hay muchos en la Iglesia de Cristo que viven sin temor de Dios.

Pues bien, el primer versículo nos introduce en lo que luego será una serie de recomendaciones prácticas para todo creyente.

V1. Prepara tu alma para la prueba. Preparar, significa disponer a una persona o cosa para un fin determinado. Lo que implica disponer a una persona para realizar o afrontar una cosa o una situación. Por lo cual, el cristiano debe vivir preparado permanentemente por la oración, el ayuno, los sacramentos, el conocimiento de las Escrituras, para el día de la prueba. Para que sepa dar en aquel día razón de su fe. Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. (1 Pedro 3,15)

V2-6. En estos versículos se nos dan nueve recomendaciones que debemos tener en cuenta en el día inminente de la prueba:

Endereza tu corazón. Trata de ver que no está bien en tu vida. La prueba se presenta como un llamado a la conversión, se nos invita a ver las verdaderas intenciones del corazón respecto a nuestro seguimiento a Cristo, a vernos por dentro y descubrir realmente la razón del porque le seguimos, para ver si es solo por puro interés o porque realmente hemos creído en Él.

Mantente firme. No dejes de creer, no des paso a la duda pues la duda da paso al miedo y el miedo da paso a la desesperación. Si antes del problema creías en Dios y en su poder, ahora, en medio de la prueba, has de seguir firme creyendo.

No te angusties. El objetivo del adversario es que nos desesperemos, que sintamos un desconcierto total sobre nuestra vida, que experimentemos el caos, la confusión, para que en ese estado tomemos decisiones erróneas, empujados por la angustia y que lejos de sacarnos del problema nos hundirán más en él. En este estado no se toman decisiones hasta tener las cosas claras.

Pégate a Él. Acércate más. Cuando uno está pasando por momentos difíciles se debe hacer mayor actividad espiritual, como lo hizo el Señor en Getsemaní. Se trata en esos momentos se buscar el querer de Dios, de sincronizar nuestro corazón con el suyo. Cierto es que a veces no brotará la oración mental ni habrá ganas para hacerla, habrá entonces que intentar otra, como la visual, el rezo con salmos, etc.

Acéptalo todo. No hay que renegar, ni quejarse, de nada servirá pues la situación no va a cambiar por mucho que nos quejemos o lamentemos, las cosas cambiarán en el tiempo de Dios y recuerde que las montañas solo son movidas por la fe, Dios oye la oración hecha con fe.

Ten paciencia. Estas siendo purificado, Dios está trabajando en ti, en tu fe. Está separando el oro de la escoria. Si Dios ha puesto su mano sobre ti no intentes sacársela, cree que en verdad Dios sabe lo que hace.

Confía en Él. Entrégale la situación, déjalo a Él trabajar y no te interpongas, porque Dios cuida de ti, no planees tú, no intentes tú, Él te dirá y te mostrará de manera clara, que lo entiendas, lo que debes hacer y cuando hacerlo, para superar esa situación. 

Endereza tu camino. Aquí, a diferencia de lo primero, se nos invita a mirar ya no hacia a dentro sino hacia afuera, habrá que ver cómo hemos estamos viviendo en las distintas áreas de nuestra vida: como esposos, padres, hijos, hermanos, trabajadores, servidores del evangelio, etc. Habrá que corregir lo que en ello hallamos hecho mal. Dos momentos de conversión entonces una interior (intenciones) y otra exterior (obras).

Espera en Él. No pierdas la esperanza, porque el que la pierde, pierde las ganas de vivir. Un hombre sin esperanza es un hombre muerto en vida.

V10. Este versículo vendría a ser el corazón de toda la reflexión. Se nos habla de CONFIAR, PERSEVERAR E INVOCAR. Pues al que en medio de la prueba confíapersevera en su fe y no deja de invocar a Dios: DIOS NO LE DEFRAUDARÁ, NO LE ABANDONARÁ, NO LE DESANTEDERÁ. V11. Porque el Señor misericordioso, salva en tiempo de desgracia al que confía persevera y le invoca.

V12-14 En estos versículos se nos advierte a través de los tres Ay, de aquello en lo que no debemos caer. Para aquellos que no confían, que no perseveran, que dejan de invocarle. Para los cobardes, para los no tienen fe, para los pierdan la esperanza, ellos no verán el auxilio de Dios.

V18. Pues es mejor ponernos en las manos de Dios y esperarlo todo de Él, que en la de los hombres.

PUES BIEN HERMANO PREPARESE PARA PRUEBA Y CONSERVE SU FE…DIOS NO TARDA EN HACERLE JUSTICIA

ALGO QUE DECIR POR ISRAEL DE CRISTO